En el virreinato, los retratos de monjas coronadas con flores plasmaban el momento en el que las jóvenes consagraban sus votos en matrimonio espiritual con Cristo.

En estas pinturas, las flores representan el esplendor de la vida perenne, la cual se marchitará. Las flores conforman la primavera de la vida religiosa, momento que intenta ser eternizado ante la inminente fugacidad. En el cuadro se puede apreciar a la monja con una gran corona de flores, mientras que en su mano izquierda sostiene un ramillete también de flores.

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