Como un Instagram del pasado el arte de las miniaturas servían para llevar en el bolsillo a los padres, los santos a los que confiamos nuestros pasos, o a nuestras imágenes amorosas.

Íntimo panteón de divinidades domésticas, ­los abuelos, los novios y las novias, los primos lejanos, los héroes de la patria, vírgenes y santos de cabecera, las miniaturas debieron ser un consuelo, un recuerdo, o un ejercicio de fidelidad para quien las portaba; del mismo modo que hoy traemos en el teléfono docenas de imágenes de la última reunión o del afecto en turno, las miniaturas, eran objetos para una clase social en ascenso que aún no se podía permitir el lujo de hacerse un retrato en gran formato, pero que querían llevar consigo una imagen para recordar un momento o a una persona. Arte portátil, practicado tanto por grandes pintores, como por aficionados, en conjunto, las miniaturas no son el retrato de un solo individuo sino de la sociedad que los fomentó. El acervo de miniaturas del Museo Nacional de Historia “Castillo de Chapultepec”, data de los siglos XVIII y XIX y tiene más de 200 piezas. Lo puedes consultar aquí.

 

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