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Mediaba la primera reelección porfiriana cuando estuvo a punto de ser minada la tranquilidad pública, pues Trinidad García de la Cadena, quien había figurado en la liza política de 1880 como candidato independiente a la Primera Magistratura del país, contra el general Manuel González, empezó a ser perseguido con saña por orden superior. Ya el zacatecano no era el abogado influyente que mantenía abiertas las esferas oficiales; pero como aún tenía arrastre y capacidad militar, al despuntar el mes de octubre de 1886, disfrazado de fogonero abandonó la capital de la República; mas antes de hacerlo, se dice que se entrevistó con el presidente, quien le dijo: –¿Lo has pensado bien, compadre? Te he dado tres días… y aún no desistes. Puedo encarecer tu asunto y enviar emisarios con cartas de recomendación para que se resuelva bien y pronto. –No, compadre –interrumpió–… lo he pensado bien; el asunto que llevo a Zacatecas sólo yo puedo resolverlo. Díaz le objetó: –Mira, compadre, tú vas a levantarte en armas y yo te fusilo. Al despedirlo, don Porfirio le apretó la mano y murmuró con gesto enigmático: –¡Tú sabes lo que haces! Poco después, don Trinidad arribó furtivamente al terruño con objeto de lanzar un plan antirreeleccionista e iniciar un cuartelazo que abarcaría todo el norte del país, apoyado por militares de prestigio. Irritado sobremanera don Porfirio, las órdenes que libró para liquidar la revuelta fueron terminantes.