Museo Nacional de Antropología
Museo Nacional de Antropología |
Uno de los museos de mayor importancia en el mundo, entre los más emblemáticos de México. De riqueza deslumbrante respecto a su acervo arqueológico, y de enorme valor en cuanto al testimonio sobre las comunidades indígenas del país. Un tesoro incalculable, certero y veraz.
El Antiguo Museo en la calle de Moneda, hoy Museo Nacional de las Culturas, era una sede que no satisfacía las necesidades de protección, investigación y difusión de las colecciones arqueológicas y etnográficas. Desde los albores del siglo XX y en el marco del Congreso Internacional de Americanistas, Justo Sierra expresó el compromiso que debían adquirir los gobiernos mexicanos para abrir un nuevo recinto. Pese a variados intentos, dicho deseo sólo pudo verse cristalizado en la década de 1960.
El personaje que posibilitó esta obra museística fue Jaime Torres Bodet, quien, como secretario de Educación Pública, emprendió una serie de políticas de impulso a la educación en México, así como el Plan Nacional de Museos, entre los que estaba el de Antropología (fundó también el de Historia, el del Virreinato y el de Arte Moderno).
Durante el sexenio de López Mateos, Torres Bodet reunió al equipo de personajes cuya tarea sería definir los conceptos rectores del museo. Así, se integró eI Consejo Ejecutivo para la Planeación e Instalación del Nuevo Museo Nacional de Antropología, presidido por el arquitecto Ignacio Marquina —en colaboración con alrededor de 40 asesores científicos—, el cual comenzó a operar de manera autónoma, pero coordinado eficazmente con el INAH.
El proyecto se encomendó al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, quien lo concibió no como un simple repositorio de piezas, sino como parte del patrimonio cultural de México. En consecuencia, se respetó la tradición de los pueblos prehispánicos, conservando sus valores y constantes culturales, pero aplicándolos con soluciones nuevas y en armonía con las técnicas y materiales contemporáneos; por ejemplo, para emular los templos prehispánicos, se eligió la piedra como elemento básico de construcción. Las 22 salas permanentes y la sala para exposiciones temporales —30,000 metros cuadrados en total— fueron planeadas en función de dos grandes temáticas: arte prehispánico y pasado etnográfico de las distintas regiones de México. Desde la oficina del arquitecto se coordinaron las exploraciones arqueológicas y etnográficas, se organizó el transporte de grandes piezas provenientes de diversos puntos del territorio nacional y se supervisó el traslado del acervo que había estado en exhibición en el antiguo museo de la calle de Moneda.
Cada una de las salas se encomendó a un equipo propio, integrado por investigadores, guionistas, museógrafos, pedagogos y técnicos. También se conciliaron los criterios de antropólogos, arqueólogos y etnógrafos con objeto de ofrecer un discurso coherente y homogéneo. En la planta baja se encuentran las 11 salas dedicadas a la arqueología, desde el poblamiento de América hasta el periodo Posclásico mesoamericano (culturas teotihuacana, tolteca, maya, mexica, de Oaxaca, de la costa del Golfo, de occidente y del norte). Se despliegan alrededor del patio central, ordenadas cronológicamente comenzando por el lado derecho hasta llegar a la Sala Mexica. A partir de la Sala de las Culturas de Oaxaca, el orden de presentación es geográfico. En el segundo nivel se ubican las 11 salas de etnografía, donde se exhiben muestras de la cultura de los pueblos indígenas que viven en México en la actualidad.
Otra de las joyas de este recinto es la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia Dr. Eusebio Dávalos Hurtado, la más completa en su ámbito en toda Latinoamérica. Además de los múltiples títulos de historia, antropología, arqueología, lingüística, etnohistoria y otras ciencias afines, resguarda códices, manuscritos de la Inquisición, periódicos del siglo XIX, libros de diferentes órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, carmelitas), ejemplares incunables, revistas especializadas, planos, mapas, anales, libros de oraciones y testimonios grabados de personas que vivieron durante la Revolución de 1910, así como tesis e investigaciones actuales. Y como complemento invaluable del discurso museográfico, desde la concepción del proyecto se consideró integrar obra plástica de grandes pintores y escultores mexicanos contemporáneos; entre ellos, Rufino Tamayo, los hermanos José y Tomás Chávez Morado y Manuel Felguérez.
El enorme acervo del Museo Nacional de Antropología dificulta una selección justa de las piezas. No obstante, valga mencionar algunas de las más representativas: Monolito de Tláloc, que custodia la entrada del recinto; Piedra del Sol, monumento colosal con el disco solar labrado como una sucesión de anillos concéntricos con diferentes elementos; Piedra de Tízoc, escultura circular en cuya cara superior aparece la imagen labrada con una oquedad en el centro; Cabeza Colosal 6 olmeca, tallada en basalto; Chac Mool en su posición característica, recostado con las piernas y los brazos flexionados, volteando completamente hacia un lado; Atlante de Tula, columna tolteca que sostenía el techo de la Pirámide B de ese sitio prehispánico; Máscara de Pakal, elaborada con aproximadamente 200 fragmentos de jade, algunos de los cuales fueron trabajados para formar la frente, los pómulos, particularmente la nariz, los párpados y los labios; los ojos son de concha e iris de obsidiana.
A casi medio siglo de su creación, el Museo Nacional de Antropología se mantiene como el más emblemático de los recintos que salvaguardan el legado indígena mexicano. Asombrosa resulta la pericia de su construcción, su innovador diseño, su arte y su simbolismo, que le han otorgado una personalidad ampliamente reconocida en el mundo.